Son las 2 de la madrugada. Noche de cielo abierto, ni una
nube. Una gran luna llena se apodera de la oscuridad de la noche, dando su
preciosa luz.
No puedo dormir, como cada noche que paso en vela, me es
imposible volverme a dormir. Me levanto de la cama, observo por la ventana el
precioso paisaje de pastos y campos de trigo, que son iluminados de esa luz
blanca, tan bella como la luna misma.
Es una noche tranquila, una brisa perfecta para sofocar el
calor de los días de verano, que se ven refrescados por las maravillosas
noches, en especial ésta.
No lo duda ni dos segundos, son muchas las ganas de pasear
entre los pastos, sintiendo el mágico silencio de la noche, que se ve
acompañado de unos cuantos grillos, y algún que otro búho, añadiendo a esto, el
relajante sonido de la hierba acariciada por la suave brisa. Las hojas de los
árboles, moviéndose, enredándose entre ellas….
Me abro camino entre las espigas de trigo, aún verdes para
cosechar. Siento la brisa, el silencio, y esa luz de la luna, que me guía en
este caminar por la noche, en este largo paseo.

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